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Del Concepto a la Recepción Final

Actualizado: 3 ene 2021

El siguiente artículo fue publicado inicialmente por el estudio Arquitectura en Movimiento Workshop bajo el título de "Algunos clientes, algunas formas".

Comparto esto con ustedes debido a la reciente experiencia con un proyecto en particular.

En la relación entre arquitecto y cliente, existen un par de frases muy comunes que no funcionan como aparentan al principio. Espejismos, que aunque de primer contacto parecen ofrecer disposición y empatía, terminan siendo un tema, una barrera o hasta una carga.


La primera es “yo soy un arquitecto frustrado”, que seguramente cualquier arquitecto ha escuchado miles de veces; mientras que la segunda reza con una autoridad que invoca respeto: “se exactamente lo que quiero”. Es curioso decirlo porque ambas suelen estar acompañadas de seguridad y convicción (algunas también con fotos de Pinterest), así como de un reconocimiento tácito al trabajo creativo que hacemos. Pero ese “reconocimiento” suele diluirse a la vez que gana terreno algo difícil de lidiar: el ego.


Y no me refiero al ego del arquitecto-arquitecto, que por cierto suele ser considerable y bastante robusto, sino al del arquitecto-frustrado.


Decir la frase “yo soy un arquitecto frustrado”, coloca a quien la enuncia en el terreno de lo aspiracional y eso no tiene nada de malo. Qué bueno que todos tengamos sensibilidad y nos relacionemos con el espacio de manera estética y funcional, que tengamos ideas, o queramos tenerlas. Sin embargo, nunca faltan quienes se empoderan de manera negativa y ejercitan la desacreditación, con base en esa formación añorada que nunca llegó y que sólo intuyeron, a veces de manera exitosa, pero otras tantas, las más, de forma errática.


El problema con una frase como “sé exactamente lo que quiero”, es que si bien parece estar acompañada de seguridad y solvencia argumentativa, es en lo general, una ilusión.


Muchas veces, es una mentira por partida triple porque quien la dice, primero, no sabe; segundo, en el caso de que lo supiera, no lo sabría exactamente; y tercero, en realidad, no lo quiere. Y no lo quiere porque en el fondo hay mucho desconocimiento e ingenuidad: no sabe lo que quiere… pero vaya qué defiende su postura, a veces con uñas y dientes.


Negociar con estos clientes es difícil porque sus ideas y criterios son poco flexibles, o bien, obedecen a asuntos de índole personal o financiera. Los de índole financiera son más fáciles de entender por lo pragmático, pero los personales, a veces rayan en el delirio.


Por tanto, no es exagerado decir que el trabajo del arquitecto a veces llega a coquetear con el del psicólogo, cosa que no es nada fácil y sí absurda (el cuadro de un arquitecto-frustrado y un psicólogo-arquitecto es más común de lo que parece).


La formación en arquitectura no prepara a nadie para tratar con los problemas personales de sus clientes. Por supuesto la mayor parte de las veces los problemas personales no forman parte de la ecuación, pero en ocasiones es imposible ignorarlos, o dejarlos de lado. Más aún, cuando estos son llevados al proceso por ellos mismos.


En nuestro caso hemos tenido proyectos que no se concluyen cuando ya la obra está muy avanzada, donde ya es imposible dar marcha atrás, o hacer nuevos cambios que dependen del humor o la estabilidad emocional-sentimental del cliente (o de su pareja, o de sus parejas); proyectos que terminan costando el doble por caprichos; o que deforman el diseño original con base en inseguridades o criterios estéticos de arquitectos-frustrados que saben exactamente lo que quieren; o aquellos que de manera similar a la frase “dice mi mamá que siempre no”, después de negociaciones y argumentaciones se concluyen con una simple y llana negativa de uno de los socios; o los que llegan a buen término, pero con una demanda permanente del cliente para aclarar dudas y desahogar sus temores (sean parte del proyecto o no).


Pero eso sucede siempre a quienes trabajan con personas. Hay infinidad de personalidades y maneras de enfrentar las decisiones, de criterios, de prioridades. Todos somos distintos y nos relacionamos de maneras diferentes. Y todos también, entendemos los espacios de un modo único. Nosotros debemos tenerlo presente siempre.

Autor: Arquitectura en Movimiento Workshop
 

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